JOAQUÍN GIANNUZZI: HACERSE POESÍA. Sobre su «Obra completa»

Por Martin M. Marchione—


La historia de la filosofía es una sucesión de reflexiones acerca de cuál es la situación en que la humanidad se halla frente a la historia, frente al tiempo, frente al universo. Hasta la modernidad, la obligación de encerrar todas las circunstancias y todos los fenómenos y todas las voluntades en un sistema intelectual coherente engendró obras inmensas. Luego, las obras filosóficas no disminuyeron sus tamaños ni sus ambiciones, pero descreyeron de que el mundo pudiera encerrarse en un sistema. Algunas personas dedican su vida entera a estudiar no todas, sino alguna de esas obras, como si creyeran que ahí no solo se ha entendido la situación en que la humanidad se halla, sino también su solución. Paradójicamente, esas personas suelen ser las que más lejos están de la humanidad.

Esta situación de la filosofía fue entendida por Joaquín Giannuzzi (Argentina, 1924-2004) de un modo poético, tal vez porque, antes de reflexionar sobre la historia, sobre el tiempo, sobre el universo, se sintió y se supo parte de esos elementos, cosa que no suele suceder a los filósofos ni a los que se dedican a estudiar la filosofía. Y como nunca dejó de sentirse parte, escribió poemas que sienten y encarnan la universalidad de la vida.

Muchos filósofos explican el universo, pero no la soledad y la angustia de un ser humano que camina por la calle o que está encerrado en su modesto o pobre cuarto. Otros lo explican inútilmente. Tal vez por eso las filosofías no bastan y se escriben poemas. Probablemente ese sea el origen de este:

Con aplicación desganada

Perfeccioné un desorden a mi medida

En esta habitación, año tras año.

Ahora, lo único claro

Es que me llamo fulano de tal

(pero cada vez menos).

Por buscar sin esperanza

(así terminan estas cosas)

No encuentro nada en ningún sitio

Y de paso compruebo

Lo vulnerable que puede ser un lápiz

Antes de perderse. Me cansé

De recoger objetos

Que pensaban como muertos. La materia

Me es infiel. Y qué notable confusión

Es capaz de lograr el mundo

En un cuarto pequeño. Dejo caer mi mano

Y desaparece

Como agua sorbida desde la oscuridad.

Los géneros discursivos son maneras de significar, o la búsqueda de la mejor significación. A veces esta conciencia no existe, o se pierde, y los géneros discursivos se independizan y así, paradójicamente, se vuelven incomunicadores. La poesía de Giannuzzi no solo es la resurrección de los lazos que unen a los géneros discursivos, es también una conciencia de la materia con que debe hacerse la poesía. La reflexión filosófica, la metáfora, la creación de la situación poética, la construcción de las imágenes, la misma cadencia y, sobre todo, el lenguaje corriente, son usados en la exacta medida. Y acaso la poesía no consista en quebrar la sintaxis, en crear imágenes alucinatorias, en combinar palabras que jamás se han combinado, en nombrar objetos, acaso consista en usar con exacta medida esos recursos para que cualquier ser humano, con los recursos del lenguaje más común, pueda leer un poema y entender su situación en el mundo, o la situación de otro en el mundo, de una manera diferente.

La poesía, o por lo menos la poesía contemporánea, podríamos decir que elige el camino inverso al de la filosofía, como si esta fuera deductiva y aquella, inductiva. La filosofía parte de una abstracción: la del ser humano y su situación en el mundo; a partir de allí, se extiende hacia todos los seres humanos concretos y reales (o pretende hacerlo) a partir del modo en que haya comprendido esa situación. La poesía, inversamente, parte de un ser humano particular, de la experiencia de un ser humano particular, y, por lo menos, expone su estado, para que ese estado se comunique con la experiencia de otros seres humanos, los lectores o los oyentes. Pero aunque la poesía y la filosofía aparenten tanta diferencia, parten de una misma inquietud: la de conocer nuestro estado o situación en el mundo. Eso comprendí finalmente leyendo los poemas de Giannuzzi. La poesía y la filosofía intentan esclarecer nuestro ser en el mundo en sus respectivos géneros discursivos. Este poema lo atestigua:

El hombre que se arrojó del sexto piso

Desde lo más alto para que no quedara duda

Cayó en la calle. Un fogonazo y tuvo

Completa muerte pública.

Un desconocido entre millones

Que de pronto conocimos terminado.

Con papeles de diario lo cubrimos

Y cuando se lo llevaron

En sus manos había manchas lívidas

Y a la altura del pecho

El pánico de un hematoma, como el rastro

Que nadie oyó.

Adiós, hermano mío, mi semejante:

Descansa de tus terrores.

Nuestras obras son ruinas como estas

Estrelladas contra el pavimento. Entre todos

Enloquecimos las fibras azules de tu cerebro

Y haciendo bromas te arrojamos por el balcón

Para seguir matando con esta piedad terrible.

Yo no sé si los poetas son más perezosos o más laboriosos que los filósofos. Probablemente la diferencia esencial esté en las facultades intelectuales que ejercen unos y otros. Giannuzzi escribe “a través del veneno con que hicimos el mundo”, pero no se dedicará a un análisis marxista de la realidad; escribirá “así alimenta el espíritu sus errores”, pero no se dedicará, como Descartes, a un análisis racional de su espíritu; Giannuzzi no se dedicará a ningún análisis antropológico, pero se preguntará “…qué hice yo / para alcanzar esta vida, / este supuesto conocimiento / que mantuvo el terror y logró la conciencia?”; no hará psicoanálisis, pero escribirá “…los movimientos de tu rostro me obligan a rechazar posibles símbolos / que interpreten lo irrazonable, la soledad y la metáfora donde / empieza la muerte…”. La poesía, en realidad, comparte la misma inquietud con todas las disciplinas de conocimiento. Habíamos dicho que la diferencia está en las facultades intelectuales; también, y en consecuencia, en la manera en que la poesía intenta resolver el problema de qué es el mundo, y el querer saber de qué estamos hechos nosotros mismos (acaso ambas preguntas tengan la misma respuesta). Giannuzzi, a su modo poético, era perfectamente consciente de esto. Como sintetizando la búsqueda y la finalidad de la poesía, escribió “¿Cómo resolver el mundo en imágenes?”.

Al fin y al cabo, Giannuzzi supo usar los recursos expresivos de la poesía para transmitir la incertidumbre, la inquietud, esa necesidad de saber inherente al ser humano, que es su mayor aventura y su mayor problema, acaso sin solución, y que es el núcleo de toda disciplina de conocimiento. Uno de los rasgos que distingue a Giannuzzi, creo, es la conciencia de ese punto de partida, que debe de ser el punto de partida irrecordable de la conciencia. Ese hecho remoto, inhallable, es el centro de muchos de sus poemas. Es el problema que proponen, que el lector no va a resolver, que ninguna ciencia ni arte ha resuelto nunca.

Estos poemas dejarán en el lector un inexplicable placer. Tal vez ese placer sea el de revivir inconscientemente el origen de la conciencia, con todas sus ficciones, sus deseos, su ilusión; tal vez, ese goce sea también el de reconocer la belleza de su fracaso, de su tragedia.


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Joaquín Giannuzzi, Obra completa, Ediciones Del Dock, 2014.

Imagen de cabecera: Joaquín Giannuzzi.

Nota previamente publicada en lalibre.com.ar, el 30 de octubre de 2019, y cedida por el autor a Merece una reseña.

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