HABITAR EL UMBRAL, DANZAR LA LENGUA

Por Ximena Villalba—


I

Hablar implica el movimiento muscular: gracias a la penumbra húmeda de la boca, con una lengua que se arquea y se desliza, hablamos. Nuestra voz emerge en movimiento y traza un espacio, funda una realidad, hace algo. Hay un misterio que se pone en sonido y palabra. Hablamos para darle voz a la imposibilidad, para performarla y hacer un refugio. Es que, acaso, nadamos contra la corriente a fuerza de sonido y palabra; intentamos recorrer los abismos que nos habitan, los años de luz de distancia entre una mente y otra.

Cuando se escribe, también hay una danza de músculos y trazos. En todo texto hay una presencia muda al borde de cada signo y cuando leemos la voz de otro, le hacemos soltar la lengua, le hacemos decir algo, lo hacemos revivir, le infundimos la vida de esa corporalidad escrita que danza y dibuja y se mueve para volverse cuerpo-texto. A este movimiento nos invitó Federico Fernández con su exposición La danza de los puntos suspensivos, en el marco de la muestra «Textos y visualidades”, bajo la curaduría del artista Guillermo Daghero.

La danza de los puntos suspensivos opera con un movimiento que traba a la escritura, la fuerza para hacerla estallar: abre los grafos para convertirlos en surtidores de voces y sonidos, rugidos y aullidos mudos. En ese extremo de opacidad, Fernández nos deja nuevamente al borde la lengua, donde la escritura busca ser puro sonido, pura emanación corporal. Desde la aproximación inocente y como tanteando, damos cuerpo a esa voz otra que desborda en danza. Bailamos un entre-líneas, cuerpeamos un texto mutante que está a medio camino entre la palabra oral y la escrita. Y en esa estamos, cuando sentimos que hay algo que se permea, algo que sutilmente nos perfora en esa zona liminal que tiene la construcción del sentido.

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II

El 27 de marzo, el rey de España, Carlos Borbón, y el presidente de Argentina, Mauricio Macri, se reunían para la apertura del VIII Congreso Internacional de la Lengua Española. Un acontecimiento polémico ya que como dispositivo legitimador, se habló en nombre de un “español global”, una sola lengua homogénea sin diferencias ni jerarquías. Pero sabemos que la lengua no es algo rígido, estático, inmóvil. Hay que pensar las lenguas con sus diversidades de historias y perspectivas; atender a la pluralidad permite pensarnos conflictivamente, dando luz a aquellas zonas donde las políticas lingüísticas buscan ser ocultadas.

En disidencia al evento, se organizó el I Encuentro Internacional: derechos lingüísticos como derechos humanos en Latinoamérica, organizado por la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba y el ciclo Malas Lenguas que dio lugar a diferentes actividades artísticas en torno a la pregunta por los diferentes lenguajes. Entre presentaciones de libros, conversatorios, debates, performance y otras actividades se buscó crear un espacio de encuentro diferente al del Congreso de la Lengua, un espacio que saliera de los límites enquistados de la academia y lograra conectarnos con lo real, lo plural, lo diverso.

¿Cuál es el uso estratégico de las lenguas? ¿Tenemos lenguas propias? ¿Cuáles son? ¿Quiénes son los encargados de las manipular políticas lingüísticas que silencian y violentan las voces diferentes? ¿Quiénes son las personas que luchan por los derechos lingüísticos? ¿Cuáles son los derechos de los que hablan la lengua de la Real Academia y los que no? ¿Cuáles son los espacios que se sostienen para reflexionar sobre la vitalidad de las lenguas? Pensar a los derechos lingüísticos como derechos humanos implica pensar en la dignidad de todas las personas y la legitimidad de todas las lenguas.

En el marco de esta lucha por reposicionamientos de géneros, legitimaciones de lenguas y discursos, movimientos de fronteras que desnaturalizan las jerarquías entre hablas, géneros y relatos de una o varias historias, se presentó La danza de los puntos suspensivos como parte de la muestra “Textos y visualidades”, una propuesta que tuvo la participación de 14 artistas de Chile, Brasil y Argentina. Bajo la curaduría del artista y poeta Guillermo Daghero, la muestra se sostuvo durante los meses de marzo, abril y mayo en el Museo Genaro Pérez.

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III

Con una trayectoria larga y amplia en sus diversas propuestas, Federico Fernández ha incursionado en literatura, teatro y música. Comencemos con los colectivos artísticos. Sus primeros trabajos se dieron entre los años 2009 y 2013, cuando integró el grupo multidisciplinario Asteroide B 612, agrupación que trabajaba con música, poesía y videoarte. Con este colectivo, presentó trabajos en varias provincias de Argentina. En aquel entonces, comenzó a participar del colectivo Libros Son, agrupación que actualmente está cumpliendo 10 años de trayectoria. Otra labor significativa fue su vinculación con el colectivo transnacional Fare ala, entre los años 2012 y 2014. Durante este período, también trabajó en «Fritz-Pajarita» Street art Project, un proyecto de arte callejero junto al artista español Javier García Herrero.

En cuanto a la escritura, Fernández tiene varios libros publicados: Un no (2009), Frecuencia fantasía (2011), Signo posible (2014 -traducido al japonés-), 24 variaciones sobre un haiku (plaqueta publicada en 2014), Santa poesía (2016) y La danza de los puntos suspensivos (2018). No es menor el detalle de que, además de ser escritor, es el director de la editorial “bisoña” -según él- “Ediciones de fantasía”.

Y con respecto al teatro, desde el 2017 es parte del grupo teatral “Gloria Genet”, con el que trabajó en la obra “Santa Julia”. Pero la cosa no termina acá. Federico durante los años 2010 y 2016 fue bandoneonista y letrista de la orquesta Lunático 33, con la grabación de 3 discos y diversas presentaciones en Brasil y Chile. Ya por el 2015, bajo en nombre de “Frecuencia fantasía” grabó el disco Pequeñas acciones en nombre del amor. Finalmente, este año presentó su último álbum La existencia del sentido.

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IV

La experiencia poética produce un corrimiento de fronteras, nos lleva a esa zona muda donde falta la palabra y habita una belleza que no puede decirse. Así, desde ese lugar de lo desconocido, nos abrimos a una verdad ante la experiencia límite: el vértigo de la danza, el vértigo de una boca que se abre para emitir un sonido crudo, para estallar en puro grito, balbuceo, murmullo, llanto o risa. Esto es lo que expresa La danza de los puntos suspensivos, un texto que toca los límites y nos hace danzar con los ojos, con la boca y la lengua, justo en el umbral del lenguaje y el significado. “Swing ergo soy” decía Cortázar. En esa zona incierta y extraña, en ese espacio otro que funda la danza y la escritura, somos, nos descubrimos.

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Federico Fernández, La danza de los puntos suspensivos, muestra realizada en el Museo Genaro Pérez, durante marzo, abril y mayo de 2019. En Córdoba Capital, Argentina.

Fotografías: Ximena Villalba

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