Sobre «Los Elementales» de Michael McDowell

Por Javier Pihn—


Michael McDowell (Alabama, 1950) fue conocido como guionista y colaborador de dos películas de Tim Burton: Beetlejuice (1987) y El extraño mundo de Jack (1993), tal vez lo más resonante de su carrera literaria. También fue conocido por su extensa colección de objetos y documentos relacionados con la muerte (fotografías, lápidas y ataúdes de niños), consultada por historiadores y que quedó a disposición de la Northwestern University de Chicago tras su muerte en 1999. Y por último es el autor de Los Elementales, libro escrito en 1981 y reeditado en 2014.

Tras la sugerencia de un amigo, que conoce mi afición por el terror y especialmente por la literatura de Stephen King, me decidí a hacerme de un ejemplar. Destaco que este libro es un recomendado del mismo King, lo que reafirmó mi decisión de empaparme con su historia. El título del libro no calmaba en absoluto mis ansias por conocer anticipadamente con qué aterrorizaría McDowell. Pero poco importa ese asunto, que se revela mucho más adelante, cuando ya no queda más nada por entender, ya que el terror en Los Elementales se va desencadenando de a poco, como si uno pusiera una gran cantidad de agua a hervir, que en algún punto bulle. Y lo hace bajo las sofocantes temperaturas de verano del sur estadounidense.

Los personajes son presentados casi en su totalidad en un inicio solemne, una puesta en escena casi teatral que encuentra reunidos en un único espacio cerrado a los integrantes de las familias Savage y McCray. Durante el funeral de la matriarca Savage, una mujer malvada, el inicio trágico se oscurece aún más cuando a puertas cerradas se revela un macabro ritual familiar: un funeral Savage no culmina hasta que la muerte sea muerte. El tiempo posterior encontrará a ambas familias protagonistas descansando lejos de la ciudad en Beldame,  un páramo aislado para sureños ricos sobre la costa del Golfo de Alabama con tres casas victorianas idénticas. Dos de ellas habitables, una perteneciente a cada familia. Y una tercera deshabitada, perteneciente a las dos, parcialmente invadida por la arena. Poco se conoce sobre la tercera casa, su historia o el porqué de su estado. Pero su presencia se yergue sobre la arena desde el inicio como objeto amenazante para el lector, aunque no así para sus personajes, quienes la conocen y la aceptan, pero la ignoran en una especie de pacto.

McDowell logra mantener cierta atemporalidad en la historia, al encauzar a través de sus personajes elementos del pasado sureño en lo que respecta a la esclavitud de los negros, junto a elementos modernos y contemporáneos. Es así que la negra Odessa –histórica mucama de los Savage y con conexión con lo sobrenatural-, junto a India –la hija de Luke McCray–, ambas llegadas desde la moderna Nueva York para participar del funeral y de la posterior reclusión junto a los Savage, conformarán el par que luchará contra el mal.

La historia de Los elementales se desarrolla en dos dimensiones que McDowell mantiene en forma clara para contraponerlas y luego para poner una sobre la otra. La escritura es llevadera, manteniendo en equilibrio los tiempos del suspenso y del relato realista. Lo real y natural es conciso en la novela, y por contraposición da cuerpo a lo invisible, lo extraño y lo perverso. Lo invisible es lo desconocido, y es en esta novela un mundo con sus monstruos y personajes que abandonan un plano para pasar al otro, pero para jamás morir. Desde el inicio lo pagano se hace presente solo cuando lo divino abandona la escena. Ambas dimensiones, paralelas, dan con su punto de encuentro en ciertos personajes con conexión con lo sobrenatural, virtud que es capaz de ser transmitida y heredada. La novela ahonda en el género de terror de las casas embrujadas otorgándole a la tercera casa un rol de personaje,  con la capacidad de salir de los confines de sus muros y cimientos.

Hay historias secundarias que nutren a las principales y les dan cuerpo. Como la de Big Barbara McCray: una mujer alcohólica cuyo marido es postulante a congresista –y aparecerá más tarde en la historia- con una agenda propia y destructiva; o la propia historia de India y Luke McCray, con un tren de vida propiamente neoyorquino que escapa a la tradicional Alabama. En cierto modo, nos encontramos con un grupo de personajes que escapan, y que se encuentran juntos escapando de sus historias personales, fracasos matrimoniales y miserias familiares. Escapan a través del alcohol o a través de la distancia física. Pero si hay algo que parece querer dejar en claro McDowell es que por sobre todos ellos pesará la herencia, como designio maldito e ineludible. Los Savage y los McCray escapan y lo harán hasta que ya no puedan hacerlo. Beldame se establece como último escenario, donde la reclusión los encontrara acorralados cuando los pactos se rompan y el escape se haga cárcel y destrucción.

En Los elementales el terror se establece gradualmente, con un clima opresivo a través de hechos naturales, como el sol intenso y brillante, el calor asfixiante y somnífero, o la humedad y la arena, y encuentra sus golpes de efecto a través de hechos sobrenaturales. Así, el terror se vuelve intenso cuando lo natural deja de serlo, cuando la arena se comporta de forma extraña, cuando la muerte no es muerte, cuando el agua del golfo hierve y el páramo que encuentra a las familias protagonistas se siente abrasador como el infierno.


Michael McDowell, Los elementales, La bestia equilátera, Trad. de Teresa Arijón, 2017, 312 páginas.

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